Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
CONQUISTA Y DESCUBRIMIENTO DEL NUEVO REINO DE GRANADA



Comentario

En que se prosigue el gobierno del presidente don Juan de Borja; dícese su muerte, y los oidores que concurrieron en la Real Audiencia durante el dicho gobierno, con la venida del arzobispo don Fernando Arias de Ugarte y su promoción a las Charcas. La venida del Marqués de Sofraga a este gobierno, y la del arzobispo don Julián de Cortázar a este arzobispado; su muerte, y la venida del señor arzobispo don Bernardino de Almansa


Acabados los desposorios de don Luis de Quiñones y doña Juana de Borja, que se celebraron, como tengo dicho, en el valle de Neiva, los desposados se fueron al Pirú y el presidente se volvió a esta ciudad de Santa Fe. Durante este gobierno vino por oidor de esta Real Audiencia Antonio de Leiva Villarroel, que mudado a la Real Audiencia de San Francisco de Quito, murió en aquella ciudad, año de 1609, a 9 de agosto. Vino por oidor el doctor Juan de Villabona Subiaure, y mudado a México, enviudó, trocó la garnacha por el hábito de San Pedro, haciéndose clérigo. Después vino por oidor de la Real Audiencia el licenciado don Francisco de Herrera Campuzano, que con la visita de Zaragoza y otras diligencias y herencias, después de residenciado fue a España rico, de donde salió proveído por oidor de la Real Audiencia de México, donde murió.

La plaza de fiscal sirvió muchos años el licenciado de Cuadrado Solanilla Buenaventura, que acabando de servir la de Santo Domingo en la isla Española, vino a ésta el año de 1602; y habiendo ascendido a ser oidor, murió en esta ciudad a 9 de agosto de 1620 años, con muy grande aprobación de buen cristiano.

El doctor Lesmes de Espinosa Saravia vino por oidor de la Real Audiencia, y entró en esta ciudad a 30 de diciembre del año de 1613. Fue residenciado y depuesto por el visitador Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique, año de 1633; y se dijo le secrestó más de treinta mil pesos, y murió en el año de 1635, a 9 de mayo, con tanta pobreza, que a su cabecera no tuvo la noche que murió más que un cabo de vela de sebo que le alumbraba el cuerpo; el cual estaba sin mortaja porque no la tenía. Después se dijo que el visitador le había dado la plata labrada que le secrestó para su entierro, el cual se hizo con deán y Cabildo y mucho acompañamiento de sacerdotes y concurso popular. Está enterrado en el convento de monjas de Santa Clara, donde tenía dos hijas monjas.

Viose en él muy claro cómo la fortuna no se descuida en su rueda, pues ayer se vio rico y que lo mandaba todo, porque allegó a presidir como oidor más antiguo, y luego le vimos que andaba por las calles y plazas y audiencias, solicitando él propio sus causas, de oficio en oficio, como un hombre particular. Por manera que placeres, gustos y pesares acabaron con la muerte. La muerte es fin y descanso de los trabajos. Ninguna cosa grande se hace bien de la primera vez; y pues tan grande cosa es morir, y tan necesario el bien morir, muramos muchas veces en la vida, porque acertemos a morir aquella vez en la muerte. Como de la memoria de la muerte procede evitar pecados, ansí del olvido de ella procede cometerlos.

Tras el doctor Lesmes de Espinosa vino por oidor de la Real Audiencia el licenciado Antonio de Obando, que lo había sido de la Audiencia de Panamá, y de aquí fue a las Charcas por oidor de aquella Real Audiencia.

Don Fernando de Saavedra vino por fiscal, año de 1620; ascendió a oidor de esta Real Audiencia, y de ella fue mudado a Lima, con el mesmo cargo de oidor.

El licenciado Juan Ortiz de Cervantes, natural de Lima, gran letrado, vino por fiscal, y habiendo ascendido a ser oidor murió en esta ciudad, en septiembre de 1629 años; y se mandó enterrar en la iglesia de San Diego, en una capilla que él mesmo fundó en aquella iglesia, con la advocación de Nuestra Señora del Campo. Esta imagen es de piedra, y estuvo muchos años junto al camino real que va de esta ciudad a la de Tunja, en aquellos campos y en el suelo, sin veneración ninguna. Los frailes de San Diego y el buen celo del oidor la trasladaron al convento y la adornaron, y a su costa el oidor le hizo una capilla, a donde la colocó con suntuosas fiestas; y dentro de un año de como la colocó murió, y se lo llevó la Virgen consigo, que así se puede creer piadosamente, pagándole con esto el servicio que le había hecho de quitar su imagen de aquella plebesidad y habella puesto en veneración. Está el oidor enterrado en la mesma capilla junto al altar, a un lado de él, a donde los frailes de aquel convento tienen particular cuidado de sus sufragios, como su bienhechor.

El doctor don Francisco de Sosa, natural de Lima, catedrático de aquella Universidad, vino por oidor de la Real Audiencia, año de 1621, y de ella fue mudado por oidor de la Real Audiencia de las Charcas, año de 1634, para donde se partió luego. El año de 1624 vino por oidor de esta Real Audiencia el licenciado don Juan de Balcázar, y este de 1638 sirve su Plaza en esta Real Audiencia. El licenciado don Juan de Padilla, natural de Lima, vino por oidor de esta Real Audiencia, año de 1628, y en el siguiente de 1632 fue depuesto por el visitador don Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique. Está al presente en España. Todos estos señores oidores concurrieron en la Real Audiencia durante el gobierno del presidente don Juan de Borja, el cual, acabada la guerra de los pijaos, seguros aquellos caminos (como lo están el día de hoy), y poblada toda aquella tierra y de paz, viudo de doña Violante de Borja, su mujer, y hecho el casamiento de doña Juana, su hija, con el oidor Quiñones, estando en esta ciudad, enfermó, y sin poder convalecer murió, a 12 de febrero de 1628 años. Hízosele un muy suntuoso entierro. Está enterrado en la peana del altar mayor de la santa iglesia Catedral de esta ciudad.





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Y con esto volvamos al doctor don Fernando Arias de Ugarte, que vino por arzobispo de este Nuevo Reino, y lo dejamos en la Real Audiencia de Panamá, por oidor. De ella fue mudado a las Charcas, y le puso aquella Real Audiencia por Corregidor de Potosí, y lo sirvió con tanta rectitud que la gente viciosa le temía, y se abstuvieron de hacer travesuras durante su gobierno, el cual fue mudado y proveído por juez superior en las minas de azogue de Juan Cavélica, que administró con gran fidelidad. De aqueste puesto fue movido por oidor de la Real Audiencia de Lima, en la cual entró con tanta opinión y fama de buen juez, que el marqués de Montesclaros, virrey en aquella sazón, le nombró por su asesor; y le importó harto para el acierto de su gobierno y sus cosas. Desde antes que viniera a Indias este gran varón, tuvo intentos y grandes deseos de hacerse clérigo, para lo cual se recogió en su vida y costumbres, que parecía monje claustral, y rezaba el oficio divino; y al fin se ordenó e hizo clérigo, habiendo precedido dispensación del Papa; y en breve tiempo ascendió a ser obispo de Quito, ayudado del virrey, que siempre le fue muy aficionado y pregonero de sus virtudes, y cuando se consagró fue su padrino, y antes que se consagrase le pidió como letrado hiciese inventario de sus bienes, llevando la mira puesta en una buena esperanza de emplearlos en una obra pía memorable, cual fue la del convento de monjas que después fundo, como diré adelante.

Despedido del virrey y de los demás de sus consejeros, y prelados, inquisidores, oidores, religiosos y gente virtuosa, partió para su obispado de Quito, y lo visitó todo personalmente. De él fue promovido a este arzobispado de su patria, para el cual partió luego, y de camino recibió el palio en la ciudad de Popayán, de mano de su obispo, don fray Juan González de Mendoza. Entró en esta ciudad de Santa Fe, a 9 de enero de 1618 años, cuyo recibimiento previno con grande efecto el presidente don Juan de Borja, con mucha fiesta, conociendo en los vecinos la grande alegría con que esperaban al hijo de su república, que tanta honra le vino a dar.

Hecha la visita del clero y monjas, partió a hacer la de todo su arzobispado en persona, que no quiso fiarla de comisarios; y fue para él increíble trabajo, porque llegó a partes muy remotas, a donde jamás había ido ninguno de sus predecesores, como ir a San Juan de los Llanos y pasar de allí a la ciudad de Caguán, atravesando aquellos llanos yermos y despoblados más de noventa leguas; y habiendo llegado al fin de ellos, al tornar de una serranía se perdieron las guías que llevaban en una montaña que estaba cerrada y sin camino, donde con esta detención se les acabó el matalotaje y mantenimiento, que, sin duda ninguna, perecieran todos ¿le hambre si no los encontrara un vecino del Caguán, que atento los había salido a recibir, y los socorrió a todos.

Del Caguán volvió por el valle de Neiva a esta ciudad, y pasó a visitar la de Tunja y su distrito, que es grande hasta el remate de los llanos de Chita, a donde los indios de paz confinan con otros de guerra, que regalaron y respetaron al prelado como si fueran cristianos muy doctrinados; de lo cual se admiraron cuantos iban con el señor arzobispo, que le habían advertido de este riesgo, que lo era muy grande, porque no llegara a él. Volvió de estos llanos para pasar a la visita de la ciudad de Pamplona, tomando la vía por el río del Oro, en el cual se vido casi ahogado. En la ciudad de Pamplona consagró a su provisor, el doctor don Manuel de Cervantes Carvajal, arcediano de esta santa iglesia Catedral, electo al obispado de Santa Marta, para donde se partió acabada su consagración, y el arzobispo, para la visita de la ciudad de Mérida y su distrito, que son las ciudades de La Grita, Barinas, Gibraltar y Pedrosa, y sus distritos.

Acabado aquesto, volvió a Tunja; y de ella, a la visita de Vélez, Muzo y villa de la Palma. Tardó en visitar todo lo referido más de tres años, dejando confirmadas más de doce mil almas, y se vino a esta ciudad de Santa Fe y despachó sus convocatorias a los obispos sufragáneos para celebrar concilio provincial, que lo deseaba con sumo grado.

No vino el de Popayán, por estar enfermo; envió su poder a un prebendado de esta Catedral, y aquel Cabildo se lo envió al Padre Alonso Garzón de Tauste, cura de esta santa iglesia. El de Cartagena estaba en sede vacante; envió su poder al de Santa Marta y a dos prebendados de esta Catedral. Vino en persona el señor obispo de Santa Marta, que fue recibido del señor arzobispo con mucha alegría; con el cual y con los poderes referidos, dio principio a la celebración del concilio, nombrando prebendados de esta santa iglesia graduados, que asistieron en él, y letrados de todas las órdenes y religiones con sus prelados. Asistió asimismo el señor presidente don Juan de Borja y el licenciado Juan Ortiz de Cervantes, gran letrado, fiscal de la Real Audiencia de este Reino, y dos regidores de esta ciudad, que el uno de ellos fue el alférez real de ella, persona discreta, que tuvo poderes de otros cabildos de este Reino, llamado Juan Clemente de Chaves. Fue secretario de este concilio el dicho cura Alonso Garzón de Tauste.

Acabóse de celebrar el concilio a 20 de mayo del año de 1625, que en él se acabó de promulgar y firmar de los dichos señores prelados, y refrendado de dicho secretario, lo mandó guardar en el archivo de esta santa iglesia, enviando su trasunto a Su Santidad, pidiéndole y suplicándole a su beatitud lo confirmarse.

Acabado el dicho concilio, recibió el dicho señor arzobispo, a 22 de julio del dicho año de 1625, las bulas de su promoción al arzobispo de las Charcas, para el cual partió dentro de ocho días; y tardó en este viaje un año, porque le anduvo por tierra, que son más de ochocientas leguas, y en él celebró otro concilio provincial, el cual acabado, fue promovido al arzobispado de la ciudad de Lima, y en ella fue recibido por febrero del año de 1627 con grande alegría de sus vecinos, que le amaban y respetaban como a varón santo. Labró en esta santa iglesia una capilla a su costa, en la cual se celebró el concilió, por ser la mayor de todas, rica en ornamentos y reliquias, y mucho más de indulgencias que en ella se ganan. Dejó en ella dotada una capellanía, que sirven los señores prebendados. Tiene un enterramiento de bóveda en que pretendió enterrarse, si no lo promovieran, como hizo el doctor Bartolomé Lobo Guerrero, arzobispo de Lima, que se enterró en capilla propia. Enterráronse en esta bóveda un regidor y un canónigo de esta ciudad, hermanos del dicho arzobispo, y una hermana suya se enterró en su convento de Santa Clara, que todos tres murieron, en espacio de tres meses, de la peste general que hubo en este Reino el año de 1633. De la cual murieron el señor arzobispo don Bernardino de Almansa, un arcediano, tres canónigos, cuarenta clérigos y otros tantos religiosos, dos alcaldes ordinarios, uno de la Hermandad, cuatro regidores, muchos nobles y plebeyos, sin los esclavos, indios y mulatos, que fue en sumo grado y gran número. Y en los pueblos de esta jurisdicción, así de españoles como de indios, fue grande la mortandad.

Dejó comprado el señor arzobispo un sitio en esta ciudad, en que a su costa edificó su hermano, el regidor Diego Arias, un monasterio de monjas de Santa Clara, el cual se pobló a 7 de enero de 1629 años, por mandado del señor arzobispo don Julián de Cortázar, en virtud de la licencia que pidió el señor arzobispo don Fernando Arias de Ugarte al Papa y al rey para fundar este convento. Pobláronle una hermana y dos sobrinas suyas, monjas del Carmen, que tuvieron licencia del Papa para mudarse a este convento nuevo, y fueron fundadoras de él. A la mayor de ellas nombró por prelada el dicho señor arzobispo don Julián de Cortázar, y a su sobrina por vicaria, a causa de que luego entraron otras monjas, las que nombró el fundador hasta en número de veinticuatro, y a su costa se sustentan todas perpetuamente, que ha sido fundación grandiosa y memorable.

La buena obra, enderezada al servicio de Dios Nuestro Señor, es escalera para el cielo; pero advierta el que la hiciere, no se le arrime la vanidad que se la derribe. Sin fruto trabaja en buenas obras, como dice San Gregorio, el que siempre no persevera; porque como el vestido y ropa cubre el cuerpo, así las buenas obras cubren, adornan y visten el alma. El hombre virtuoso, del mundo hace monasterio, pues habitando Joseph entre los egipcios, Abraham entre los caldeos, Daniel entre los babilonios y Tobías entre los asirios, fueron santos y bienaventurados. El hombre con la virtud se hace más que hombre; y con el vicio, menos que hombre. La virtud es un alcázar que nunca se toma, río que no le vadean, mar que no se navega, fuego que nunca se mata, tesoro que nunca se acaba, ejército que jamás se vence, espía que siempre torna, atalaya que no se engaña, camino que no se siente y fama que nunca perece.





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Cien años son cumplidos de la conquista de este Nuevo Reino de Granada, porque tantos ha que entró en él el Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada con sus capitanes y soldados. Hoy corre el año de 1638, y el en qué entraron en este sitio fue el de 1538; y entre sus presidentes y gobernadores nunca hubo ningún titulado. El primero que vino fue don Sancho Girón, marqués de Sofraga, del hábito de Alcántara, que le vino a gobernar en la silla de presidente, por muerte de don Juan de Borja. Entró en esta ciudad, a 1º de febrero del año de 1630. Trajo consigo su mujer e hijos y muchas personas que le acompañaban y servían, y el siguiente de 1631 años entró en ella por visitador de la Real Audiencia el doctor don Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique; y para que se entienda mejor esta representación del mundo, es necesario que salgan todas las personas al tablado, porque entiendo que es obra que ha de haber qué ver en ella, según el camino que lleva.

Por la promoción del arzobispo don Fernando Arias de Ugarte, fue electo por arzobispo de este Reino el doctor don Julián de Cortázar, obispo del Tucumán, natural de la Villa de Durango en el señorío de Vizcaya. Fue colegial en Sancti Spiritu, de la Universidad de Oñate, y en ella catedrático de vísperas de teología, y después colegial de Santa Cruz de Valladolid y catedrático de arte de allí. Salió proveído por canónigo de la magistral de Santo Domingo de la Calzada, y ascendió al obispado del Tucumán. Para venir a este arzobispado del Nuevo Reino de Granada, atravesó desde Tucumán a Chile por tierra (más de ciento y veinte leguas), y de allí a Lima, y de aquí al puerto de Guayaquil, todo por mar; de Guayaquil a Quito y de Quito a Santa Fe, por tierra, más de doscientas y cincuenta leguas. Entró en esta ciudad, a 4 de julio de 1627 años, y en el siguiente de 1628, bajó por el Río Grande de la Magdalena, en busca del obispo de Santa Marta, don Lucas García, y de su mano recibió el palio en el pueblo de Tenerife, de su diócesis; de donde dio la vuelta por Ocaña a Pamplona, y vino visitando desde aquella ciudad hasta esta de Santa Fe; y murió en ella, sacramentado, a 21 de octubre de 1630 años. En su lugar fue electo arzobispo de este Reino el doctor don Bernardino de Almansa, arzobispo de Santo Domingo, natural de la ciudad de Lima, graduado en aquella Universidad, de la cual salió a servir un beneficio de indios, y de él promovido por tesorero de Cartagena. Fue provisor de aquel obispado, del cual salió proveído por arcediano de las Charcas, y fue provisor de aquel arzobispado muchos años, durante los cuales lo visitó; y hallándose rico, pasó a la Corte de España, y de ella salió proveído por inquisidor de Calahorra, y después por arzobispo de Santo Domingo, primado de esta indias; y antes que saliese de España, fue promovido a este del Nuevo Reino de Granada. Entró en esta ciudad de Santa Fe, sin bulas y con la sola cédula real, a 12 de octubre de 1631 años, y en el siguiente de 1632 recibió las bulas y facultad en ellas para que el deán y arcediano de esta metropolitana le diesen el palio. En su cumplimiento, se lo dieron el doctor don Gaspar Arias Maldonado, deán, y al doctor don Bernabé Jiménez de Bohórquez, arcediano, día de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, de dicho año de 1632. Antes de la pascua de Navidad de aquel año, partió de esta ciudad de Santa Fe para la visita de su arzobispado, y la hizo hasta la ciudad de Pamplona, de la cual volvió a la de Tunja y pasó a la villa de Leiva, donde enfermó de la peste general y murió, sacramentado y con testamento y codicilo, a 27 de septiembre de 1633 años. Se enterró en la iglesia de la dicha villa. En la de Madrid, Corte de España, dotó un convento de monjas, de que tuvo título de patrono. Fue valeroso prelado y de los más eminentes que ha habido en estas Indias. Y en lo poco que vivió y tuvo esta villa, no le faltaron encuentros y disgustos con el presidente y visitador; y entiendo que eran porque no le parecía bien lo malo. Otros dirán lo demás, que para mi intento esto basta.

Por su testamento mandó trasladar sus huesos al convento de monjas de donde era patrono. Al presente está su cuerpo en esta ciudad, en casa de Pedro de Valenzuela, cirujano, en una capilla adornada, por el doctor don Hernando de Valenzuela, hijo del dicho licenciado, y de doña Juana Vásquez Solís, su legítima mujer, quien lo ha de llevar a Castilla en la ocasión que se espera este año de 1638. Las mortajas y ornamento con que le enterraron, con haber estado debajo de tierra, están sanos; el cuerpo mirrado, que aun no se ha deshecho. Algunas opiniones hay, en las cuales respondo: que si fuere santo, ello resplandecerá; y si fuere vano, ello se desvanecerá.

El marqués de Sofraga entendía en su gobierno y el visitador Manrique de San Isidro en su visita; y ella suspendió al doctor Lesmes de Espinosa Saravia y le secrestó sus bienes, y murió como tengo dicho; y asimismo suspendió al licenciado don Juan de Padilla, que está hoy en España. A los demás señores de la Real Audiencia y al presidente dio sus condenaciones, sin perdonar otros particulares, que cada cual tiene su queja. A la partida de esta ciudad para la de Quito, para donde era promovido por oidor de aquella Real Audiencia, y antes que de aquí saliese, le echaron unas sátiras, que por su mal olor no las pongo aquí. Había traído de Castilla una mujer que te sirviese, y no se la perdonaron, diciendo que hacían malas concordancias. Yo vide un traslado de una carta que el señor arzobispo don Bernardino de Almansa le envió sobre esta razón, guardando Su Señoría en ella la doctrina evangélica; de donde resultó que el visitador levantase aquel gigantazo de su enfado, con que se resolvieron presidente, oidores y arzobispos.

El presidente don Sancho Girón, marqués de Sofraga, prosiguió en su gobierno con toda puntualidad manteniendo la tierra en paz y justicia. En cuanto a dineros no digo nada, porque al presente, que está en residencia, hay muchos que tratan de eso. Sólo digo que ¿a quién le dan dineros que los arroje por ahí y no los reciba? Lo cierto es que cada uno lleva el camino de su trampa, y si no salió buena, no tiene de qué quejarse, porque tan mercader es uno perdiendo como ganando. Con esta mayor quiero concluir con todos ellos, diciendo: que opera enim illorum secuntur illos.

Y pues hemos llegado a los cien años de la conquista del Nuevo Reino de Granada, digamos qué ciudades, villas y lugares están poblados en él sujetos a esta santa Iglesia metropolitana y a la Real Audiencia, y qué capitanes la poblaron, que acabada la residencia del marques de Sofraga volveremos a la representación comenzada.

De las ciudades, villas y lugares sujetos a esta santa Iglesia metropolitana, y capitanes que lo poblaron

Muy notorio es que el licenciado don Gonzalo Jiménez de Quesada, capitán general del Adelantado don Pedro Fernández de Lugo, gobernador de la gobernación de Santa Marta, pobló esta ciudad de Santa Fe, en virtud de la conducta y comisión que del dicho gobernador tuvo para la conquista de este Nuevo Reino de Granada. Esta fundación se hizo a seis días del mes de agosto del año de 1539, en el cual día se señaló sitio y solar para la santa iglesia, que fue la primera que se fundó en este Nuevo Reino de Granada, dedicada a Nuestra Señora la siempre Virgen María Santísima, con título de la limpísima y purísima Concepción de la Santísima Virgen, cuya fiesta se celebra solemnísimamente en su día, en el cual el señor doctor don Gaspar Arias Maldonado, deán que al presente es de esta santa Iglesia metropolitana, que al presente la gobierna el señor arzobispo don Cristóbal de Torres, del orden de Santo Domingo, con mucha curiosidad muestra la gran devoción que tiene a la Virgen Santísima y a esta su fiesta.

Estaba esta santa Iglesia al tiempo que se fundó en esta ciudad sujeta a la de Santa Marta, por ser todo una gobernación y residir en aquella ciudad su obispo, y con ella le estaban sujetas todas las demás que en aquella sazón se fundaron en este Nuevo Reino. Por ser el dicho Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada natural de Granada en los reinos de España, y por la buena memoria de la ciudad de Santa Fe de Granada, que fundaron los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel, de gloriosa memoria, cuando desde ella ganaron a Granada de los moros, puso el dicho Adelantado a esta ciudad que nuevamente fundaba, la ciudad de Santa Fe de Bogotá del Nuevo Reino de Granada. Llamóla de Bogotá, por lo que atrás queda dicho.

Halláronse presentes a su fundación los tres generales que habían salido en demanda de su conquista, el dicho Adelantado de Quesada, Nicolás de Frederman y don Sebastián de Benalcázar, con todos sus capitanes, oficiales y soldados y con los dos capellanes arriba referidos y el Padre fray Alonso de las Casas, que así le llama el capitán Juan de Montalvo, conquistador de esta conquista.

El capitán Martín Galiano, con comisión del dicho Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada, pobló la ciudad de Vélez, a 3 de junio de 1540 años.

Con otra comisión semejante que dio el dicho Adelantado al capitán Gonzalo Suárez Rendón, en cuya virtud pobló la ciudad de Tunja, a 6 de agosto del año de 1540, en el sitio en que residía el cacique y señor de aquella tierra, llamado Tunja.

El capitán Hernando Venegas, que después fue mariscal de este Nuevo Reino, pobló la ciudad de Tocaima en el propio sitio y vega del río donde residía el Cacique Tocaima, a 6 del mes de abril de 1544 años, con comisión que en esta ciudad de Santa Fe le dio el Adelantado don Alonso Luis de Lugo, que sucedió a su padre, el Adelantado de Canarias don Pedro Fernández de Lugo, ya difunto, en la gobernación de Santa Marta.

Vuelto este gobernador don Alonso Luis de Lugo a Santa Marta, y de allí a España, como queda dicho, vino por gobernador de este Nuevo Reino el licenciado don Miguel Diez de Armendáriz, natural de Navarra en el reino de Aragón, el cual dio comisión a su teniente y sobrino, el capitán Pedro Ursúa, caballero valeroso, que en breve se hizo gran soldado, para la conquista de los indios panches y chitateros, a donde pobló la ciudad de Pamplona, al principio del año de 1549; y en ella dejó avecindado, con aventajada encomienda de indios, al capitán Ortún Velasco. Valeroso soldado, que fue el todo de aquella jornada y no tomó para sí nada; por manera que la parte que le había de caber como conquistador se la dio al Ortún Velasco. Púsole el nombre de Pamplona por la buena memoria de Pamplona de Navarra, de donde era natural. Ha sido esta ciudad de las mejores de este Nuevo Reino, por las minas de oro que en su distrito se descubrieron, y por el clima que tiene en criar mujeres hermosas, para dar gracias a Dios Nuestro Señor por todo.

El año de 1550 se fundó esta Real Audiencia, la cual dio comisión al capitán Juan de Galarza para la conquista de Ibagué, que por ser hermano de un oidor, le acompañaron valerosos capitanes, con muy lucida soldadesca; con lo cual se pobló en breve la ciudad de Ibagué, por octubre de 1550 años, en el sitio del mayor señor de aquella provincia; y después la mudó el propio capitán a mejor sitio, a donde ha permanecido. Fue rica de minas de oro, que se acabaron por haberse acabado sus naturales. Al presente es fértil en ganado vacuno.

El capitán Francisco Núñez Pedroso, vecino y conquistador de Tunja, con comisión del licenciado Miguel Diez de Armendáriz, y después confirmada por esta Real Audiencia, pobló la ciudad de Marequita, que así se llamaba el cacique de aquella provincia. Después se mudó, llamándola Mariquita en el nombre. Fue esta fundación a 23 de agosto del año de 1552. Mudóla después el mesmo capitán junto al río Gualí, donde ha permanecido, llamándola San Sebastián de Mariquita. Ha sido y lo es muy rica de minas de oro, aunque ya le han faltado sus naturales. Al presente están poblados junto a ella los reales de minas de plata de Las Lajas y Santa Águeda. También es fértil de ganado vacuno. De esta ciudad de Mariquita salió el capitán Asensio de Salinas, y a quince leguas de ella, a la banda del norte, pobló la ciudad de Victoria, año de 1558, rica de minerales de oro. Tenía su asiento entre dos quebradas, que ambas parecía que vertían oro. Cerca de esta ciudad están los Palenques con sus ricas minas. Fue fama que tuvo esta ciudad nueve mil indios de repartimiento, los cuales se mataron todos por no trabajar, ahorcándose y tomando yerbas ponzoñosas, con lo cual se vino a despoblar esta ciudad. Y porque se entienda la riqueza que había en ella, quiero decir lo que vide en unas fiestas que allí se hicieron.

El fiscal de la Real Audiencia, Alonso de la Torre, casó a doña Beatriz, su hija, con un Bustamante, vecino y criollo de esta ciudad de Victoria, hombre muy rico. Acabadas en esta ciudad las fiestas de estos desposorios, de toros y surtija, que todo se celebró en esta ciudad de Santa Fe, el desposado llevó a su mujer a su ciudad de Victoria. Un tío de este Bustamante, entre otras fiestas que se hicieron, mantuvo una surtija, y la menor presea que en ella se corría era una cadena de oro, de tres o cuatro libras. Tanto como esto era la riqueza y grosedad de aquella tierra, que de ello no ha quedado más que el sitio y el nombre; y para que sirva de ejemplo a los hombres carnales y viciosos, quiero decir lo que le sucedió a este Bustamante.

Despoblada la ciudad de Victoria; muertos sus naturales; pasados unos vecinos a Marequita, y otros a Tocaima y a esta ciudad de Santa Fe y a otras partes; el Bustamante, viudo de la doña Beatriz y de aquella grosedad de dineros que solía tener, se fue a vivir a la villla de Mompós, que es de la jurisdicción de Cartagena, donde usaba oficio de escribano. También se ocupaba en seguir los amores de una dama a quien servía. Pues sucedió que un día esta mujer con otras se salieron a holgar hacia el monte que está a las espaldas de la villa, y el Bustamante se fue con ellas. Pues acabada la huelga, trataron de volverse al lugar. Vínose el Bustamante adelante. Las mujeres se entretuvieron en una de aquellas huertas, y al cabo de grande espacio de tiempo, fue el Bustamante a casa de la mujer y no la halló. Preguntó por ella, dijéronle que no había venido; con lo cual, con un criado suyo volvió a la parte donde había dejado las mujeres, y vídola que estaba a la ceja de la montaña, la cual le dio de mano para que se fuese allá. El Bustamante le mandó a su criado que le esperase allí y fuese donde le llamaban. Metiéronse por el monte, de manera que el criado no los veía. Cerró la noche, y el criado, entendiendo que por otra senda se habrían ido o vuelto al lugar, fue a su casa a buscar a su señor; y como no le halló, fue a casa de la mujer, la cual le preguntó por su amo. El mozo le respondió que desde que ella lo llamó no lo había visto más. Preguntóle la mujer que de dónde ella lo había llamado. Díjole que desde la ceja del monte, y que los había visto entrarse por él y que no los había visto salir, y que así lo andaba buscando. Alborotóse la mujer con esto e hizo diligencias, pero no pareció. El día siguiente dijo lo que pasaba, y con lo que el criado dijo, se echó gente a la montaña a buscarlo, y nunca más pareció; de donde se entendió que el demonio, tomando la figura de la mujer, hizo lance en él; y por donde se vio muy claro que "el que ama el peligro perece en él".

Desde esta ciudad de Victoria hasta la de Tocaima hay ricos minerales de oro y plata. Están en este comedio las minas de la Sabandija, las de Venadillo, las de Hervé, los socavones de Juan Díaz, y otros, las vetas de Ibagué, las Lajas de Santa Ana, Mariquita y Victoria, y los Palenques. Toda esta tierra está lastrada de oro y plata, pero está falta de gente.

Quiero decir una cosa que pasó en este año de 1638, para en prueba de lo que arriba dije: Don Gaspar de Mena Loyola casó una hija con el gobernador de Santa Marta, y diole en dote doce cargas de a diez arrobas de plata ensayada. Este caballero es vecino de la ciudad de Marequita, y allí cerca sacó toda esta plata; y dicen tiene otras doce cargas para casar otra hija con otro gobernador; y sin esto, lo que le queda en casa, que no ha medido ni pesado. Aquel dote fue sin otros seis mil pesos y matalotajes que envió al yerno para que viniese por la mujer; y no se cuenta aquí el ajuar y joyas que llevó la desposada, que dicen fue grandioso.





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Con esto volvamos a tratar de las ciudades pobladas. Antes que se despoblase la ciudad de Victoria, salió de ella el capitán Francisco de Ospina, el cual pobló la ciudad de los Remedios el año de 1570, que se ha mudado de donde la pobló, siguiendo minas de oro de que ha sido rica hasta el tiempo presente, que corre el año de 1638.

El capitán Juan de Avellaneda, vecino de Ibagué, a quien se cometió la conquista de San Juan de los Llanos, que él había visto cuando pasó por aquella comarca con el general Nicolás de Fredermán hasta entrar en este Nuevo Reino; y este capitán pobló aquella ciudad, año de 1555, y con minas de oro que se descubrieron en su jurisdicción se ha sustentado y sustenta hasta este presente año de 1638. En sus primeros años, servía de escala a muchos capitanes que fueron a buscar el Dorado y nunca lo hallaron, ni creo que lo hay, por lo que queda dicho del indio dorado que levantó este nombre.

Y el mesmo Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada entró a su descubrimiento, saliendo de esta ciudad de Santa Fe cuando volvió de España con el título de Adelantado y con tres mil ducados de renta que le daba el rey, nuestro señor, en lo que conquistase. Lo que surtió de esta entrada que hizo el Adelantado fue perder toda la gente que llevó, que se le murió de hambre y enfermedades, por los malos temples en que topó, y aun su persona corrió mucho riesgo; y favorecióle Dios primeramente y luego un pedazo de sal que tenía colgado al cuello, que con él comía algunas yerbas que conocía. Húbose de volver sin hallar el Dorado ni rastro de él, con muy pocos soldados; y en esta ciudad se había ya hecho gente para irlo a buscar, cuando entró en ella.

Esta Real Audiencia dio comisión al capitán Pedro de Ursúa para la conquista de la provincia de los indios muzos, en cuya virtud pobló la ciudad de Tudela, año de 1552, la cual no se pudo sustentar, ni el capitán ni sus soldados por ser los indios caribes y belicosos; y ansí, con la pestilencial yerba de sus flechas, echaron a este capitán y a sus soldados de su tierra, matando mucha gente. Prosiguió después esta conquista el capitán Luis Lanchero, a quien la encargó esta Real Audiencia, y la acabó con perros de ayuda, que fue un valiente remedio y acertado; y esto fue después de habelle muerto los indios muchos soldados valerosos, y entre ellos a su maese de campo Francisco Morcillo. Excelente soldado y muy valiente, que pobló la ciudad poniéndose por nombre la Ciudad de la Trinidad de los Muzos, año de 1558; y después en la rebelión que tuvo esta gente, le mataron; que fue cuando se aprovecharon de la ayuda de los perros. Esta ciudad fue muy rica, por las minas de las esmeraldas que tuvo; y al presente, pobre por haber descaecido estas minas, o, lo más cierto, por haber faltado sus naturales, como ha sucedido en todos los demás reales de minas, que están el día de hoy despoblados por esta falta.

Su vecina, la villa de La Palma, la pobló don Antonio de Toledo, el año de 1562. Después la mudó don Gutierre de Ovalle al sitio donde permanece hoy.

La ciudad de Mérida pobló el capitán Juan Rodríguez Suárez, natural de Mérida en la Extremadura, siendo alcalde ordinario de Pamplona, año de 1558. Mudóla el capitán Juan Maldonado y consecutivamente pobló la villa de San Cristóbal, sujeta a la ciudad de Pamplona.

La ciudad del Espíritu Santo, que llaman La Grita, pobló el gobernador Francisco de Cáceres, el año de 1576.

Con comisión del mesmo gobernador, pobló después a Barinas el capitán Juan Andrés Varela, vecino de Mérida, que al presente es rica por la abundancia de tabaco que se coge en su comarca.

El gobernador Gonzalo de Piña pobló la ciudad de Pedraza, año de 1591, siendo presidente en esta Real Audiencia el doctor Antonio González, del Consejo Real de las indias, natural de Pedraza en la Extremadura, a cuya devoción le puso la ciudad de Pedraza.

El mesmo gobernador Gonzalo de Piña pobló después la ciudad de Gibraltar, en el puerto de la laguna de Maracaibo, donde va a parar el esquilmo que de aquellos pueblos se saca de trigo, tabaco, cacao, cordobanes y otros géneros, con que se sustentan aquellos lugares, por tener cerca a la ciudad de Cartagena, por razón de la navegación de la laguna.

El capitán Alonso Esteban Ranjel, vecino de Pamplona, maese de campo del gobernador Francisco de Cáceres, pobló el año de 1583 a Salazar de las Palmas, siendo oidor que presidía en esta Real Audiencia Alonso Pérez de Salazar, a cuya devoción le puso el dicho nombre.

Con comisión del dicho gobernador, pobló a Santiago de la Atalaya el capitán Pedro de Aza, al cual y a otros mataron los indios, y se despobló el pueblo; y aunque se reedificó, no permaneció, ni tampoco permanecieron las ciudades de Alta Gracia y San Juan de Hiesma, que las pobló el gobernador Juan López de Herrera.

Con comisión del dicho gobernador Juan López de Herrera, pobló el capitán Gaspar Gómez la ciudad del Caguán, que también falta poco para acabarse y consumirse.

El capitán Francisco Jiménez de Villalobos, corregidor de Tunja, pobló en su distrito la villa de Nuestra Señora de Leiva, fértil de trigo, a 12 de junio del año de 1572, sujeta a la ciudad de Tunja, con comisión de esta Real Audiencia, en la cual era presidente el doctor Andrés Díaz Venero de Leiva, cuyo sobrenombre se le puso.

El gobernador Diego de Ospina, hijo del que pobló la ciudad de los Remedios, pobló en el valle de Neiva la ciudad de Nuestra Señora de la Concepción, año de 1614, acabada la guerra de los pijaos, la cual ha permanecido y permanece, sin tener naturales; es abundante de ganado vacuno.

El gobernador Gaspar de Rodas, extremeño, gran soldado, ayudó al Adelantado de este Reino, don Gonzalo Jiménez de Quesada, a pacificar los indios que se habían alzado en Gualí, por mandado de esta Real Audiencia, la cual le dio después de esto comisión para la conquista de la gobernación de Zaragoza, que confina con la ciudad de los Remedios, y en ella pobló cuatro pueblos. El primero fue la ciudad de Cáceres, treinta leguas distante de la villa de Santa Fe de Antioquia; y asimismo pobló la ciudad de Zaragoza, rica de minas de oro, que permanece hasta el día de hoy, por haber descubierto ricos minerales de oro en el Guamoco. Pobló asimismo el dicho gobernador a San Juan de Rodas y San Jerónimo del Monte, todas ellas ricas de minas de oro que hasta el día de hoy se labran. Diole Su Majestad título de gobernador de todas ellas, poniendo en primer lugar a la villa de Santa Fe de Antioquia, que es del obispado de Popayán; y sacada ésta, todas las demás son sujetas a esta metropolitana, con más el pueblo de Guamoco, que pobló don Bartolomé de Alarcón, que sucedió en este gobierno por haberse casado con la hija del dicho gobernador Gaspar de Rodas, al cual se le dio por dos vidas.

Y pues hemos puesto el catálogo de las ciudades, villas y lugares que se han poblado en este Nuevo Reino de Granada, en los cien años después de su conquista, pongamos los gobernadores, presidentes y oidores que lo han gobernado el dicho tiempo, con más los arzobispos y prebendados que han sido de esta santa Iglesia metropolitana, con lo cual daremos fin a esta obra; y para que mejor se entienda, digamos en qué estado está el gobierno de lo uno y de lo otro este año de 1638, en que se cumplieron los ciento de la conquista del Nuevo Reino de Granada, lo cual pasa como se verá en el siguiente capítulo.